El pasado sábado tuve un bautismo de Alonso. Alonso es el hijo de Gema y de Félix. Hace unos años tuve la suerte de ser testigo de su enlace matrimonial en La Puebla de Montalbán. Unos años después proporciono a su hijo, su segundo hijo, la señal cristiana con agua alcarreña. Es curioso, miro al pequeño y veo el rostro de su padre. Aunque a la ceremonia se han acercado la familia mas allegada el nuevo rito tiene aires guadalajareños en una tarde de fuerte lluvia. ¿Quién me iba a decir que vería todos los días a su hija cuando me parecía que su residencia matrimonial estaba muy lejos? Nunca en mi historia vocacional había pensado en Guadalajara. Es más, todavía me sigo preguntando qué se me ha perdido por aquí. Aunque, como dice mi padre, algo encontraré.
Alguna pueblana me dijo que se me echa de menos por el Paseo del Colesterol. Se preguntaban Pilar Bardén y Victoria Abril en una película ¿Quién hablará de nosotras cuando hayamos muerto? Pues uno que, aunque no haya muerto, sabe que las distancia es la muerte de la amistad y del amor, le gusta ser recordado por el Paseo del Colesterol, por ser el que me casó, el que me bautizó o me dio la Comunión. Y me gustaría que se me echara de menos en tantas cosas. Pero, por otro lado, como uno no ha muerto y es como una nueva etapa en el vivir la experiencia en las tierras de la Éboli, me gustaría, como Alonso, tener un rostro más de la tierra de la miel. Mirar atrás es doloroso y solo crea angustias, quebraderos de cabeza y un sin fin de sufrimientos. Hay que mirar hacia adelante, agradecido al pasado, a la tierra, a la gente y a las tradiciones que a uno le hacen persona. Hay que mirar hacia adelante con una boca agradecida que confía en el futuro. Uno, que se debe al viento y al espíritu, no puede decir que se debe aquí o se debe allá. Uno que quiere ser libre se debe al camino que pisa al caminar.
Buenas tardes, Puebla.
Gregorio.
Guadalajara, 19 de mayo de 2011.
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