
Hemos estrenado un nuevo siglo, en un nuevo milenio, pero África sigue anclada en el pasado, en la derrota. Kapuscinski ha recorrido durante las últimas décadas este escenario despiadado, y lo ha hecho evitando los caminos oficiales: nada de embajadas, palacios, conferencias de prensa,... Nadie como él para contarnos a qué huele un pescado secándose al sol, cómo suena un tambor fúnebre, a qué saben unas algas fermentadas. Son las vigorosas crónicas contemporáneas de un vagabundo plenamente consciente de que África es demasiado salvaje para no sangrar, demasiado grande para poder ser descrita: «En la realidad, y salvo por el nombre geográfico, no existe. Es un océano, un planeta aparte, todo un cosmos heterogéneo y de una riqueza extraordinaria».
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