Dicen que los cambios enriquecen. Tal vez, pero duelen mucho también. Este año, bueno, desde ahora lo voy a sentir, porque los pasos en el camino son hacia adelante. Siento no poder estar en la Glorieta de Fernando de Rojas, donde sigilosamente hacía mi homenaje personal a los teatreros de la vida. Pero quién soy yo. Nada ni nadie. Confío que otro llegará y también, con ese sabor que da el gusto al teatro, como el gusto por el café, se acerque y le coloque una bufanda blanca a Fernando de Rojas en La Puebla de Montalbán, a Valle Inclán en Madrid, y a Antonio Buero Vallejo en Guadalajara, como reconocimiento a su labor cultural, a su saber recoger en palabras dialogadas la cotidianidad de la vida y a mejorarla. Vaya a ellos el homenaje y la dignidad de esa bufanda roja. Vaya el aplauso a todos los que se dedican en la vida a ser actores y actrices. Y vaya, para todos nosotros teatreros, la satisfacción de presenciar la vida como un sueño, como una representación, como un teatro.
Mucha mierda a todos.
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